lunes, 11 de febrero de 2019

Sellos postales que me hacen recordar



Por: Juan Hernández Machado
Premio Nacional de Filatelia 2012  

Siempre hemos dicho que todos los sellos postales tienen una historia que contar, unos vinculados con la historia, otros con elementos de la cultura y una buena parte de ellos con la vida normal del hombre. Ese es el caso de algunos sellos postales que me llevan a mi adolescencia.Acababa de cumplir los 13 años y estaba terminando el octavo grado de secundaria cuando en Cuba se hizo el llamado para erradicar el analfabetismo durante el año 1961. No vacilé en unirme al contingente de cientos de miles de estudiantes cubanos que integraron las Brigadas que recibieron el nombre  de Conrado Benítez.

Este fue un joven maestro voluntario que desde 1960 se encontraba enseñando a los analfabetos en las montañas del Escambray, en el centro de Cuba, y que fuera asesinado por las bandas de bandidos que existieron en ese macizo montañoso hasta 1965 cuando fueron eliminadas totalmente.
De mi natal ciudad de Camagüey salí para la playa de Varadero, en la provincia de Matanzas, donde recibimos la preparación y el equipamiento que nos convertiría en los maestros más jóvenes de Cuba en ese momento. De allí pasamos a brindar nuestros servicios en la zona de Oro de Guisa, en la hoy provincia Granma, del oriente cubano. Luego de dos meses en la sierra, comencé a padecer de asma bronquial y los médicos me enviaron al llano, pasando a la Cooperativa Jesús Menéndez, Departamento Maisí, Sola, Camagüey, donde terminé la campaña.
Vivir junto con los  humildes campesinos fue una experiencia inolvidable. Ellos “pagaron” mis conocimientos enseñándome a labrar la tierra, a recoger café y a partir leña entre otras funciones típicas del campo cubano;  realmente al tener que abandonarlos luego de la misión cumplida no sé quién fue el verdadero maestro, si ellos o yo.
En diciembre, cuando vinimos  a la capital cubana a celebrar la eliminación del analfabetismo en Cuba, junto al creador de esta idea, el Comandante Fidel Castro Ruz, y orgulloso de mis 14 años cumplidos durante esa campaña, mostraba la satisfacción de haber enseñado a leer y a escribir a un grupo de personas que lo necesitaban.

Muy emocionado me sentí el pasado 26 de noviembre cuando formé parte de los más de ciento cincuenta alfabetizadores de todo tipo que rendimos homenaje, en la Necrópolis de Colón y ante sus tumbas, a Pedro Blanco Gómez y Manuel Ascunce Domenech, jóvenes alfabetizadores asesinados por los bandidos que aquel 1961 aún operaban en parte de nuestros campos, solo por haber cometido el “crimen” que entregar el pan de la enseñanza a los desposeídos que lo necesitaban.
Allí no solo los recordamos a ellos sino también a Conrado, a los alfabetizadores Patria o Muerte Pedro Morejón Quintana y Delfín Sen Cedré , así como a los campesinos Eleodoro Rodríguez Linares, Modesto Serrano Rodríguez, Tomás Hormiga García, José Galindo Perdigón, Vicente Santana Ortega y Pedro Lantigua Ortega, todos también asesinados por los bandidos que pensaban que con esas acciones iban a detener el avance de la revolución.

Clara González Hernández, una de nuestras colegas, nos llevó a 1961 cuando dijo, “Aquí estamos una vez más rindiendo tributo en esta ocasión con la representación de los alumnos de la escuela secundaria básica que lleva el nombre de Manuel Ascunce; escuela en la que yo tuve el honor de estudiar y de compartir con él parte de su vida como joven revolucionario, digno representante de su época…Ascunce está siempre presente en nosotros y en ustedes, ser buenos estudiantes es la tarea que tienen por delante; ya no hay campesino ni obrero que necesite ser alfabetizado, esa tarea la cumplimos nosotros cuando aquel 22 de diciembre le dijimos a Fidel, Fidel, Fidel, dinos que otra cosa tenemos que hacer, y él nos respondió Estudiar, estudiar y estudiar.

Así es la historia y satisface cuando uno puede decir que aportó algo a la misma y, también en nuestro caso particular como coleccionista, conocer que nuestra filatelia nos permite los materiales necesarios para mantener esa historia viva en nuestras colecciones y que las nuevas generaciones puedan conocer mejor las actividades que hacíamos cuando éramos de su edad.                

 



                                         



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