Por: Juan Hernández
Machado, Premio Nacional de Filatelia 2012.
Cuando uno es humillado, maltratado
o pierde un ser querido por una acción criminal nada es más humano que desear
que se haga justicia con el autor o autores del atropello. Y si es un hecho en
el cual se asesinaron a 73 personas, la necesidad de que se adopten
medidas con el responsable se hace imperativa. ¡Qué decepción cuando nada
sucede!
Ese es el caso del vuelo 455 de
Cubana de Aviación que despegara del aeropuerto de Barbados hacia la Habana el 6 de octubre de
1976.
Cuando ese vuelo, que en breve tiempo los pondría en la capital
de la mayor isla del Caribe, despegó de Barbados, llenó de alegría a los
integrantes del equipo juvenil cubano de esgrima, quienes acababan de ganar
todas las medallas en un recién terminado evento deportivo en Venezuela.
Los estudiantes guyaneses que
venían a bordo estaban ansiosos por iniciar sus estudios superiores en el país
hermano; y la delegación de Corea Democrática también esperaba encontrar
magníficas experiencias en ese lejano país del que todos hablaban con tantos
elogios.
Pero todo transcurrió en cuestión
de segundos. Cuando el avión aún se encontraba a la vista del aeropuerto, dos
fuertes explosiones a bordo pusieron fin trágico al viaje y a la vida de los 73
pasajeros y tripulantes que iban a bordo de la nave del tipo DC-8.
No demoraría mucho en conocerse
que el responsable de la macabra acción era el connotado terrorista de origen
cubano residente en los Estados Unidos de América y viejo asociado de la Agencia Central de
Inteligencia, Luís Posada Carriles.
Contó con el apoyo de su
coterráneo Orlando Bosh y de los brazos ejecutores de Freddy Lugo y Hernán
Ricardo, terroristas a sueldo, quienes habían abandonado el vuelo 455 en la
escala que hiciera en Barbados.
Han transcurrido 42 años
de esa bárbara acción, los dos responsables
principales nunca fueron enjuiciados y murieron de forma natural en el
país que los formó como terroristas y los protegió hasta el final de sus días.
Mientras, los familiares de las
73 víctimas y todo el pueblo cubano esperan que, al menos, exista un gesto de
respeto a su dolor por parte de los gestores de esta bárbara acción. Aún
recuerdo a Inés Luaces, miembro del equipo de esgrima. Quien fuera alumna mía cuando
cursaba el décimo grado en la ciudad de
Camagüey, lo contenta que estaba antes de partir para la competencia.
Para nuestra satisfacción y
también como forma de denuncia a la ausencia de justicia en este caso, la
filatelia cubana sí se ha solidarizado con quienes allí perecieron y sus
familiares.
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