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Tarjeta pre-pagada alemana especialmente hecha para la inauguración de la Olimpiada de 1936. La cancelación marca el inicio de la misma. |
Por: Juan Hernández Machado, Premio Nacional de Filatelia 2012
Como aún estamos en días de Juegos Olímpicos y Paralímpicos, y conocemos que es un tema muy perseguido por filatelistas del mundo entero, quisiera compartir con ustedes, amigos lectores, algunos elementos interesantes de Olimpiadas anteriores que se recuerdan a través de piezas postales que se convierten en históricas.
Tengo
a mano una joya postal de la edición de 1936 en la Alemania donde el nazismo
estaba en su apogeo: el estadio olímpico de Berlín, construido para superar a
todos los otros existentes en el momento, debido a las ansias de grandeza de
Adolfo Hitler.
Este
estadio fue la sede principal, entre el primero y el 16 de agosto, de la cita
olímpica donde participaron cuatro mil 66 deportistas procedentes de 49 países,
los que compitieron en 19 deportes y 129 especialidades.
Para
aparentar que el nazismo no era tan malo como decían, las medidas en contra de
los judíos fueron suspendidas durante la celebración de ese magno evento.
Hitler
acudió al estadio todas jornadas y el día primero felicitó a los ganadores de
las primeras medallas de oro, un finlandés y un alemán, retirándose después que
los alemanes quedaran eliminados de la final del salto de altura, la que fuera
ganada por dos afroamericanos, quienes se alzaron con el oro y con la plata,
para no tener que felicitarlos. Después no felicitó a ningún otro ganador.
Este
estadio fue el escenario de la proeza del afroamericano Jesse Owens, quien, a
pesar de Hitler y de su rancia política racista, alcanzó cuatro medallas de oro
(100 metros planos, salto de longitud, 200 metros planos y relevo de cuatro por
100) y rompió dos records mundiales y uno olímpico.
Más
de 110 mil personas lo aclamaron en el estadio, los berlineses le pedían
autógrafos en las calles y se le permitió, como excepción de la Ley de
Ciudadanía del Reich de 1935, viajar y hospedarse en los mismos hoteles que los
deportistas blancos.
Sin
embargo, en el “país de la libertad”, en su país, ni él ni sus colegas
afroamericanos podían hacerlo. Ironía de la democracia representativa.
Así
nos queda ese gigante berlinés, quien permitió la agradable mezcla de colores
humanos en amistad y fraternidad pese a la xenofobia de quienes lo mandaron a
construir.
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